Durante siglos, la cultura occidental ha mantenido viva una ilusión: la idea de que somos agentes mentales autónomos, conscientes y deliberativos.
Este "Mito de la Agencia Cognitiva", como lo llama el filósofo Thomas Metzinger en su ensayo para Edge, sostiene que nuestros pensamientos son acciones voluntarias, gobernadas por un “yo” racional y soberano. Pero la evidencia empírica actual sugiere lo contrario: pensar no es algo que haces, sino algo que te sucede.
Estudios recientes sobre la divagación mental (mind wandering) revelan que más de dos tercios de nuestra vida consciente transcurre en pensamientos no dirigidos, automáticos, y fuera de nuestro control voluntario. Esto pone en jaque no solo nuestras intuiciones cotidianas, sino también buena parte de la filosofía de la mente, la psicología clásica y los modelos de racionalidad que dominan las ciencias cognitivas. La autocomplacencia moderna —el pensar que somos amos de nuestras decisiones— se desmorona frente a la evidencia de que el pensamiento consciente es, en gran medida, un epifenómeno.
Lo más inquietante es que, según Metzinger, la mayoría de nuestros pensamientos no surgen del sujeto epistémico, sino de procesos subpersonales: redes neuronales, respuestas biológicas y sistemas automatizados que actúan sin supervisión consciente. Pensar sería más parecido a respirar que a resolver un problema matemático. Esto cuestiona directamente el “Ego cartesiano”, esa figura heredada que imagina al ser humano como un centro lógico, activo, racional y deliberante.
Desde una perspectiva sociológica, esta revelación tiene implicaciones profundas. Nuestras instituciones —la escuela, el sistema legal, la economía de la atención— se construyen sobre la suposición de que las personas piensan con plena agencia. Premios, castigos, evaluaciones y decisiones se basan en la ficción de un sujeto autoconsciente. ¿Qué ocurre si descubrimos que ese sujeto es más pasivo de lo que creíamos? ¿Qué tipo de pedagogía, justicia o política podríamos construir reconociendo esa pasividad estructural de la mente?
Esta crítica no desmantela la responsabilidad individual, pero obliga a reconfigurarla. El pensamiento libre no desaparece, pero queda relativizado. Aceptar que gran parte de nuestra cognición ocurre sin intención ni control nos enfrenta a la necesidad de repensar la educación, la moral y el diseño de entornos cognitivos. El sujeto neoliberal, hiperproductivo, racional por excelencia, ya no encuentra soporte en la ciencia de la mente contemporánea.
En palabras de Metzinger, el mito debe descansar. Y con él, las fantasías de control absoluto sobre nuestros pensamientos. La mente humana, más que un espacio de gobierno racional, es un ecosistema de automatismos, desvíos y flujos espontáneos. Comprender esto no significa renunciar al pensamiento crítico, sino ubicarlo en un terreno más honesto y profundamente humano: el de la fragilidad de la conciencia.
Fuente: Metzinger, Thomas. “The Myth of Cognitive Agency”, en Edge.org. Recuperado de: https://www.edge.org/response-detail/25446
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