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El peso del estigma: razones sociales detrás de las denuncias falsas de violación

En la discusión pública sobre violencia sexual, suele asumirse que las denuncias falsas son prácticamente inexistentes. 


Sin embargo, la investigación del sociólogo Eugene Kanin, realizada durante nueve años en una pequeña ciudad estadounidense, muestra un panorama más matizado: de 109 denuncias de violación registradas, 45 (41 %) resultaron ser falsas, todas reconocidas expresamente por las denunciantes. Lejos de ser un argumento contra las víctimas reales, el estudio plantea la necesidad de comprender los motivos sociales y personales que pueden llevar a una persona a mentir en un terreno tan delicado.

Las razones identificadas por Kanin se agrupan en tres grandes ejes. El primero y más común es la autoprotección o la preservación de la reputación. En varios casos, las mujeres recurrieron a la narrativa de la violación para ocultar infidelidades, embarazos no deseados o incidentes de violencia interpersonal que temían explicar en otros términos. Este uso estratégico de la victimización muestra cómo la violencia sexual funciona también como un recurso simbólico para evitar sanciones sociales en contextos donde el estigma de la sexualidad femenina sigue siendo fuerte.

El segundo motivo observado es la venganza. Aquí, la acusación de violación se convierte en un arma de poder contra varones que habían generado humillación, rechazo o traición. Sociológicamente, este patrón remite a las dinámicas de género donde la agresión simbólica y el control reputacional se utilizan como formas de equilibrar desigualdades percibidas. Si bien tales casos son excepcionales en relación con el conjunto de denuncias reales, ponen de manifiesto cómo las relaciones afectivas y sexuales pueden convertirse en escenarios de conflicto que trascienden lo íntimo hacia lo judicial.

Un tercer motivo responde a la búsqueda de empatía y atención. Algunas mujeres inventaron historias de violación para obtener cuidado, comprensión o solidaridad en entornos donde se sentían desatendidas. Este fenómeno ilustra cómo el capital de víctima —es decir, el reconocimiento social y emocional que otorga el estatus de persona dañada— puede ser instrumentalizado como recurso. En términos sociológicos, esto abre un debate sobre la cultura de la victimización y las formas en que la sociedad legitima o deslegitima identidades a través del sufrimiento.

Lo fundamental de estas observaciones no es banalizar la violencia sexual ni poner en duda el testimonio de las víctimas reales, sino comprender cómo las denuncias falsas responden a dinámicas sociales específicas: el peso del honor sexual, la lucha por el reconocimiento, la gestión de emociones y la búsqueda de poder simbólico. Estos casos, aunque minoritarios en relación con el total de agresiones sexuales, son útiles para entender cómo el género, el estigma y las relaciones de poder condicionan el comportamiento humano.

Desde una perspectiva crítica, el problema no está solo en quienes mienten, sino en los sistemas sociales que producen contextos donde la mentira parece más soportable que la verdad. El miedo al juicio moral, el estigma de la sexualidad, las jerarquías de género y la cultura del silencio generan las condiciones que hacen posible que alguien prefiera inventar una agresión antes que enfrentar las consecuencias de la realidad.

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