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¿Sufres o vives con ansiedad? La explicación está en la prehistoria

Will Storr retoma las ideas del psicólogo evolutivo Kurt Gray para afirmar algo inquietante: nuestra historia larga como especies vulnerables a depredadores ha dejado una huella psicológica que hoy pagamos en forma de ansiedad. 


Durante millones de años, los humanos no fueron los cazadores soberanos, sino blancos de felinos con colmillos de sable, aves rapaces y lobos gigantes. Esa condición nos habría moldeado para temer lo invisible, anticipar el peligro y responder con hipervigilancia. En otras palabras, nuestra supervivencia ancestral exigió una sensibilidad extrema más que una agresividad proactiva. 

Aunque hoy vivimos en uno de los periodos más “seguros” de la historia —con caídas dramáticas en homicidios, hambruna o desastres naturales—, seguimos asustándonos ante señales difusas: una sombra en la esquina, un ruido abrupto, una película sangrienta. Storr entiende que esa “vigilancia heredada” magnifica lo banal, y transforma lo improbable en amenaza latente. Llama a esto el “Principio del Detector de Humo”: siempre es mejor estar alerta que dejar que algo nos devore. 

Una dimensión provocadora de este planteamiento es la comparación entre sociedades más seguras y otras más peligrosas. En países con mayor estabilidad material, como Canadá, se detectan tasas de trastorno por estrés postraumático más elevadas que en zonas menos seguras como México. ¿Por qué? Quizás porque quienes no enfrentan amenazas reales —o están menos adaptados a esquivar peligros físicos— perciben con más intensidad los riesgos simbólicos e imaginarios. La ansiedad se cerebraliza cuando el mundo ya no hiere con colmillos, sino con noticias, redes sociales y esperas inciertas. 

Storr también cuestiona la narrativa habitual de la dominancia humana. Nuestra capacidad para correr rápido o arrojar objetos no habría sido diseñada para conquistar, sino para huir o desviar ataques, como lo practican también los chimpancés ante amenazas. Esa capacidad motriz, lejos de ser el origen de nuestro éxito como depredadores, sería el reflejo de un pasado en el que el reto principal era no ser comido. Así, nuestro triunfo como especie no implica que abandonáramos el miedo: simplemente aprendimos a domesticarlo sin borrarlo completamente.

Desde una óptica sociológica, esta psicología ancestral plantea retos enormes para sociedades postindustriales. Las instituciones y los discursos modernos asumen que el sujeto es racional, plenamente deliberativo y dueño de su tranquilidad. Pero si una parte importante de nuestros miedos es residual e involuntario, entonces la culpa, el autoexamen obsesivo y el sentimiento de vulnerabilidad perpetua tienen raíces profundas, no simples fallas individuales. Reconocer esa carga puede transformar cómo pensamos en salud mental, en espacios urbanos o en educar sobre el temor.

Al final, Storr sugiere que nuestra condición de “presa cultivada” nos convierte en un animal novedosamente dominado no por garras, sino por fantasmas. Somos vigilantes, preocupados y fácilmente asustados no por un presente despiadado, sino por un pasado que no se fue. Nuestro desafío colectivo es aprender a convivir con esa inquietud heredada, sin dejar que nos paralice ni sin negarla como un capricho psicológico.

Fuente: Will Storr, How our history as a prey animal explains our anxious age. Recuperado de: https://willstorr.substack.com/p/how-our-history-as-a-prey-animal

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